Llegas a Marruecos y te asaltan tantos estímulos que tus sentidos parecen cobrar una nueva escala. En la medina de Tánger los perfumes, los colores, el tacto, los ruidos de un sector de la ciudad que rezuma tradiciones, no te dejan indiferente. Te llaman a abrir bien los ojos, a extender la mano y tocar, a escuchar atentamente, a inspirar profundo y dejarte arrastrar por las sensaciones.
Al deambular sin itinerario fijo por las callejuelas de la medina de Tánger te das cuenta que tus pasos, irreversiblemente, te llevan hacia las fuentes de todos esos estímulos.
Pasas por la puerta de una de sus farmacias tradicionales y no puedes dejar de entrar, atraída por la variedad de hierbas medicinales, especias, cosméticos naturales y sus formas, colores y aromas. Y sales con los brazos cargados de garamasala (más de 40 especias que conforman uno de los condimentos más populares de la cocina marroquí); y aceite de argán (o en forma de jabones o cremas); y sándalo u otros frasquitos diminutos de aceites esenciales.
Esos mismos perfumes que te acompañarán a la vista a un hamman local, cita ineludible. No puedo dejar de caer en el tentación de seguir la costumbre de las mujeres marroquíes y su paso semanal por estos baños tradicionales antes del viernes (día sagrado). El ambiente caldeado, las piscinas que despiertan tu piel, el masaje vigoroso, el aceite, el agua…
¿Hay algo más rico y tentador que el olor a pan caliente? Este perfume te acompañará en tu visita a la medina de Tánger. Pequeños obradores que encontrarás dispersos entre las callejuelas. ¿O tal vez ese aroma viene de otro lado? En Marruecos aún se suele cocinar pan casero en las casas, y la tentación nos llega también a través de las ventanas abiertas.
Otra de las sensaciones más fuertes viene de la mano de una de las artesanías que llenan de color el zoco de Tánger: los productos de cuero. Se sigue curtiendo y tiñendo como hace siglos y es difícil de disimular el olor de esta industria. Asómate a ver cómo trabajan y luego vuelve a casa con unas babuchas coloridas (previo regateo, por supuesto).
Si los colores de las flores y los tejidos en las tiendas no te han sido suficientes, busquemos otras vistas. Para finalizar esta tarde en la medina de Tánger, te invito a compartir un atardecer desde alguno de los miradores de la ciudad: la terraza debajo del Petit Zoco con el puerto viejo a tus pies; o el de “los perezosos” junto a la Plaza Francia, ya fuera de la medina.
Volverás a casa con sabores, colores y perfumes en la memoria: un té en pequeños vasos multicolores (charla incluída) en una de las tiendas (una curiosa forma de llegar a un precio regateo mediante). Un ramito de hierbabuena que llevaste en la mano durante un rato sin darte cuenta. Ese tajín cocido a fuego lento a la lumbre de un horno de leña. Aquella pastella de pollo y canela envuelta en una masa hojaldrada tan fina como una nube. El tacto añil y rústico de las paredes de la medina. La sombra fresca de ese ficus enorme y centenario que te dio un respiro al cruzar la Plaza du Tabor.
Volver es a veces recordar vívidamente. Releo lo escrito y vuelvo a Tánger a través de los sentidos.
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