Una tarde de calor. Como muchas. Como casi todas en Yemen. La diferencia para este pueblo perdido entre piedras era que esa tarde, un grupo de extranjeros estaban de paso por allí. Unos 8 extranjeros con cámaras y ojos abiertos. Incluyendo un par de mujeres descubiertas.
Una de ellas era yo.
El pequeño pueblo parecía tallado en la roca, de hecho así lo estaba en una parte en que las casas se mezclaban con la pared vertical. Calles estrechas de tierra. Una tierra amarillenta y suelta.
Recorres esos laberintos, de paredes de piedras, de paisaje rocoso, con los mismos ángulos calcados en los rostros. Caras de ojos enormes y sonrisa franca. Que cuando se acercan a tí pidiéndote “sura… sura…” te atraen con el poder de un imán. Y te olvidas del paisaje para bajar a las personas.
Y en una calle de esas, rodeando una mínima mezquita de cientos de años, me topé con este chico. Me esperaba firme en mitad de un pequeño espacio abierto, donde se adivinaban dos arcos marcados con piedras en cada extremo. No había mas jugadores que él su hermano pequeño, cobijado en la escasa sombra de un muro. No había pelota alguna a la vista.
Me siguió con la mirada mientras cruzaba el lugar. Firme. Mostrando con orgullo los colores de su camiseta en el diálogo tácito de futboleros. í‰l sabía que éramos un “grupo de españoles” y por lo tanto todos debíamos entender el valor de lo que llevaba pegado al pecho.
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Algunas fotos de mi viaje a Yemen en Flickr
3 Comentarios
Muy buen relato!
Que cantidad de palabras expresadas con tan sólo una mirada fija. Muy buen relato :)
Y no es ficción. Gracias por pasar por casa y dejar tu comentario :)