Si tuviera que quedarme con una única experiencia de todas las vividas durante este viaje a Buenos Aires, ¿cuál sería?
Sabiendo que para esta acción #BlogueroGold tendría que elegir un momento, he vivido intensamente estos días en Buenos Aires tratando de impregnarme de las historias, momentos, datos y sensaciones que me asaltaron en la ciudad.
Volver parece fácil, como una reentrada sencilla a un escenario que ya conoces. Sin embargo, volver después de diez años, a una ciudad camaleónica como Buenos Aires no lo es. En este tiempo todo y nada ha cambiado, sigue siendo la misma pero ha modificado su perfil, guarda nuevos secretos y cuenta historias diferentes. Hay que desenvolverla, capa tras capa, para aprender el nuevo idioma con el que te cuenta las milongas de siempre.
Y decidí que fueran los mismos porteños quienes me enseñaran ese vocabulario nuevo con el que se mueven en la Buenos Aires de siempre.
La charla, ese ritual argentino que es especialmente intenso en Buenos Aires, tal vez haya sido la más fuerte de las experiencias. En una Argentina actual en blanco o negro, de todo o nada, sentarte en un café a hablar con unos y con otros te permite leer las muchas realidades del hoy.
Para ello, recorrí varios de los bares de Buenos Aires, algunos catalogados como bares notables. Sentada en el salón, en las mesas de la acera o acodada en la barra, pedía un “cortado en jarrito” y escuchaba.
En Buenos Aires, de la escucha activa a la participación hay un paso. Es imposible no sumarse a la charla, te integran, te hacen partícipe del diálogo. Y así viví momentos muy informativos, sorprendentes y esclarecedores.
En el Café Tortoni, entre sus columnas y bajo la luz mortecina de sus lámparas, escuché un discurso teñido de pasión que pintaba un escenario que no siempre vería plasmado en la realidad.
En el El Federal escuché una charla magistral sobre el arte del fileteado.
Una media mañana en Café Valerio, que ocupa la porteñísima esquina de Esmeralda y Lavalle, participé de un debate político intenso a pocos días de una elecciones generales. “Ellos” y “nosotros” en una Argentina enfrentada.
En el Salvador, en Palermo Viejo armamos un lindo grupo de varias edades hablando de arte, diseño y comercio justo.
El Bar Iberia fue el lugar de reunión de aquellos republicanos españoles en Argentina durante los años 30 del siglo pasado, y es el segundo bar más antiguo de Buenos Aires. Frente a él, en plena Avenida de Mayo, mientras revolvía mi cortado en jarrito, un hombre revolvía un contenedor separando cartones, para luego embolsarlos y arrastrarlos hacia un camión dejando un reguero de basura.
En el clásico Rond Point compartí un buen rato entre gente muy cool de acento afectado, hablando de marcas europeas im-pre-scin-di-bles en el armario de toda mujer actual.
La literatura fue el eje de la charla en el café de la Librería El Ateneo. Un estudiante universitario, una empleada de la tienda y un viejo lector me pasearon por las letras argentinas, café de por medio.
Aristóbulo Del Valle y Hernandarias, esquina de La Boca con nombre propio: El Estaño 1880. La pasión por el fútbol y la historia del barrio teñían la charla de 3 generaciones alrededor de una mesa, junto a la mía.
En el elegante ambiente de La Paris, en el Hipódromo Argentino de Palermo, las señoras bebían su té con pastas mientras algunos jóvenes hacían planes para el fin de semana acompañados de sendos capuchinos.
La música acompañaba y yo intentaba redondear una única definición para esta Buenos Aires tan diversa. Tarea imposible, Buenos Aires es miles de ciudades en una: encantadora y brutal, rica y pobre, anclada en sus tradiciones y atenta a las últimas tendencias. Imposible entenderla, sólo hay que vivirla.
Este viaje a Buenos Aires lo realizo de la mano de mi Tarjeta Gold American Express aprovechando los beneficios del programa Membership Rewards.
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