Comenzamos hoy en elpróximo viaje un proyecto especial. Nacido, como tantos, como una idea loca en una noche insomne: me propuse dar a conocer mi país natal, Argentina, a través de los ojos y las experiencias de otros colegas bloggers de viajes. Le bauticé con el súper original nombre de: Especial Argentina y me lancé a buscar esas experiencias.
Hice una pregunta en un grupo de bloggers de viajes en Facebook y la respuesta fue inmediata. Muchos bloggers españoles han estado en Argentina y publicado sus experiencias y las compartiremos en este especial que se desarrollará a lo largo del mes. También hay bloggers argentinos que participan contando su tierra. Y en algunos casos, algunos colegas muy generosamente han escrito un post especial para este especial en el próximo viaje.
Este es el caso del post que abre este especial, escrito por una excelente blogger, Carmen Teira, quien nos regala su memoria, sus vivencias más íntimas cuando descubrió ese otro país, el que se sale de los tópicos y sigue siendo Argentina:
La primera vez que viajé a Argentina tenía 24 años y de Argentina no sabía mucho: cuatro tópicos sobre el fútbol, el asado, Mafalda y el tango. Mi dominio de su geografía no era mayor; exagerando un poco mi ignorancia, para mí el país se dividía en Buenos Aires, la Pampa y la Patagonia. Al menos esos eran los tres lugares de los que más se hablaba al otro lado del charco. Ah, y de las cataratas de Iguazú.
En aquel primer viaje cumplí con todos los rituales que caben esperarse de un turista: en Buenos Aires disfruté con los espectáculos callejeros de tango, en Córdoba bebí mate en familia, y en Salta hice de las empanadas la base de mi alimentación. En general comí mucho: asado, dulce de leche, milanesas, ñoquis, pizzas, choripán, alfajores… Qué delicia (y qué peligro) tiene la gastronomía de este país.
Viaje así durante un par de semanas, sin sorpresas ni sobresaltos, satisfecha al comprobar que todas mis expectativas se cumplían. Llegué a la provincia de Jujuy y ahí fue donde mi cabeza se rompió en dos. Había leído sobre un lugar al que presentaban como “diferente del resto de Argentina” (valiente afirmación, pensaría después, sobre un país con tal riqueza y diversidad cultural), donde todavía se podía conectar con las raíces indígenas de esta tierra. La idea de conocer algo distinto me pareció atractiva y, sin pensármelo dos veces, fui.
“La Quebrada de Humahuaca es un lugar que quita el aliento: kilómetros y kilómetros de pura sequía, de enormes cardones, de polvo, de montañas desnudas, de nada. Y de vez en cuando, un pueblo; un pueblito de no más de quince casas de adobe, sin un solo habitante a la vista, pasando fugazmente ante mis ojos… antes de dar paso a la nada otra vez”.
Estas fueron las primeras palabras que escribí sobre la Quebrada de Humahuaca cuando aún no había ni bajado del autobús. Para llegar a mi primera parada, Purmamarca, todavía tuve que caminar una hora bajo un sol de justicia porque el vehículo no iba allí y me dejó a mitad de camino. Mi primer pensamiento al ver el pueblo en la lejanía, enmarcado por el Cerro de los Siete Colores, fue el de haber llegado al fin del mundo.
Tras esos días en el fin del mundo mi idea de Argentina nunca fue la misma. No tiene tanta trascendencia lo que vi (aunque la lista sería extensa: pueblos coloniales, el Pucará y otros vestigios de la época precolombina, bellezas naturales como el Paseo de los Colorados o un cielo tan azul que hacía daño a la vista) como lo que sentí, sin duda condicionado por esos paisajes inhóspitos habitados por las personas más hospitalarias.
Y su cultura, su forma de vivir la vida y de relacionarse con la naturaleza. En Tilcara fui invitada por una peña a su particular fiesta de la Pachamama. Bajo el mismo mojón donde en febrero celebran el Carnaval, sus miembros cavaron un hoyo y entre cantos y varias borracheras fueron depositando en su interior ofrendas para la Madre Tierra de lo más diversas, desde cigarillos a un guiso todavía calentito y humeante. Después de enterrarlo, todos bailaron a su alrededor como poseídos por un mismo espíritu.
Nunca había imaginado una Argentina así. También es cierto que aquel era mi primer viaje a Sudamérica y aún no había tenido contacto con la cultura indígena andina. Mucho antes de conocer Bolivia o Perú, en la Quebrada de Humahuaca descubrí todo de golpe, y día de hoy constituye el recuerdo más hermoso, íntimo e intenso que conservo de aquel viaje. Un viaje en el que sobre todo aprendí que hay mucha Argentina por descubrir más allá de los tópicos, por mucho que estos nos gusten.
Carmen Teira es una viajera de raza. Lo lleva en la sangre. Durante mucho tiempo recorrió el mundo sin billete de vuelta. Curtida en caminos, estaciones y comida callejera, Carmen es una persona encantadora, cercana y generosa. Mas allá de estas palabras mías a una gran blogger, ella se presenta así:
Autora del blog Trajinando por el Mundo y miembro de la agrupación Travel Inspirers. Además de desempeñarse como periodista de viajes, Carmen organiza y guía sus propios viajes a India, Nepal y Sri Lanka.
¡Gracias Carmen por participar en este especial!
Todas las fotos son suyas.
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