Hace unos minutos leía un post de Juan Sobejano con un título que llama a la reflexión: El sindrome del parque temático en temporada baja
No puedo dejar de coincidir con la la descripción que hace de un destino turístico “en baja temporada”, cuando visitarlo es sumergirse en una atmósfera abandonada y decadente. Como llegar a uno de esos pueblos del Lejano Oeste que pintaban las pelis de antes: nadie en las calles, las bolas de pasto arrastradas por el viento y la sensación de haber caído en el lugar equivocado y en mal momento.
Una experiencia que, como turista, es probable vivir cuando buscamos mejorar el presupuesto viajando “en baja”. Algunos destinos soportan el desafío, generalmente los que se encuentran basados en una fuerza cultural que vence fácilmente al clima.
¿Te importa mucho que llueva en Paris? ¿O que no te puedas mover por la Quinta Avenida a causa de la nieve? Será un poco más incómodo, pero no deja de tener su atractivo.
Ese es el punto. Tener su atractivo. Buscarle la vuelta. Sumar valor.
¿Recuerdan cuando Mar del Plata cerraba a finales de febrero para dormir como los osos hasta diciembre? Cuando los que crecíamos allí no teníamos más opción que pasear por avenidas con ciento de hoteles tapiados como si esperaran la llegada de un huracán caribeño.
Con la única y sacrificada excepción de los pobres jubilados que llevaban por 3 mangos a los hoteles sindicales (mantas finitas, colchones de goma espuma y el desayunador con un frío antártico para tomar un café con leche en tazas de loza pesadas como ladrillos). Como dicen los genios de Les Luthiers: en agosto a Mar del Plata (0ºC) y en enero a Catamarca (+45ºC). ¡ Pobrecitos !
Sin embargo, la demanda turística se ha vuelto más “sofisticada” (¿es la palabra correcta?). Digamos, que se ha ido segmentando, buscando servicios cada vez más personalizados, puntuales. Tal vez el acceso mayoritario (que no general, lo sé) a viajar, a conocer otros lugares donde no siempre se llega en el mejor momento (los paquetes siempre fueron más baratos “en baja” a Mar del Plata o a Amsterdam), ha educado al viajero para disfrutar del lugar cuando le toque.
Además, el turista más evolucionado, busca lo distinto, espacios más personales, donde no masificarse. ¿Qué mejor que “la baja”? Cuando el clima es un factor dominante y no siempre cómodo, pero cuando a fuerza que nos lleva a ese lugar no se basa en la temperatura o las horas de sol.
Juan, en su post, habla del turista “melancólico”. Ya sea porque le gusta recorrer un lugar a pesar del factor climático ( disfrutar la vista de una sudestada frente al mar en Playa Grande ) o porque debe acomodarse a estar en el lugar donde quisiera pasar el verano, pero en invierno.
Para vivir un lugar “a pesar de” hay que desconectar la idea del lugar de la del clima. Buscarle la vuelta. Sumar valor, decíamos.
Spas, encuentros culturales o deportivos, exposiciones artísticas, visitas temáticas, convivencias, un fin de semana para leer lo atrasado, para escuchar ópera, para escribir o pintar…
Espacio y tiempo para disfrutar “para adentro” sin estar tan pendientes de las condiciones “del afuera”.